La increíble historia del barco que se volvió invisible

La increíble historia del barco que se volvió invisible

Dos acontecimientos recientes me impulsaron a reabrir mis investigaciones sobre elexperimento filadelfia El primero de ellos -y tal vez el decisivo fue la publicación, en Los Angeles, de un libro de Alfred Bielek en el cual insiste, con nuevos aportes y testimonios, en señalar que el barco de la marina norteamericana se volvió invisible realmente y fue teletransportado a un punto situado a 640 kilómetros de distancia, donde fue visto por ciertos testigos, para regresar luego de algunos segundos al punto de partida.

El otro hecho -secundario, pero no por eso menos trascendente es que un estudio cinematográfico de Hollywood acaba de terminar, a 50 años de los sucesos, la segunda parte de la película The Philadeiphia Experiment, filmada hace unos años por el director Stewart Rafill, con Michael Paré como protagonista. En este nuevo filme, según mis noticias, se vuelven a cometer algunas inexactitudes que dificultan el trabajo de los verdaderos estudiosos, convirtiendo este affaire tan importante en un simple episodio de ciencia ficción.

La primera noticia acerca del llamado Experimento Filadelfia, me llegó en 1955 a través del investigador Morris Jessup, un científico de renombre en aquellos tiempos. Astrónomo, matemático y arqueólogo especialista en la cultura maya, trabajó varios años para el gobierno norteamericano hasta que pasó a la actividad privada. A la vista de esos grandes monumentos, Jessup llegó a la conclusión de que las enormes piedras de los templos y pirámides gigantes no podían haber sido puestas en ese sitio por hombres científicamente primitivos, que poseían una técnica rudimentaria y que sólo disponían de la fuerza que les podía proporcionar un modesto animal de tiro como es la llama.

Mucho antes que Erich von Daniken -y con bastante menos publicidad- nuestro científico especuló sobre la posibilidad de que esas piedras hubiesen sido apiladas mediante una gran fuerza levitatoria, comandada desde naves llegadas de otras dimensiones. Estudiando ciertas ruinas de México, creyó reconocer algunas similitudes entre éstas y los cráteres lunares Linne e Hyginus. En el otoño de 1955, publicó un libro donde se reproducía el resultado de sus investigaciones. El volumen se titulaba The case tor the Ufo. El autor no sospechaba que su libro marcaría el comienzo de una sucesión de hechos misteriosos, que habrían de provocar una de las más singulares controversias de los tiempos modernos.

En esas páginas -luego de demostrar, según él, las posibilidades matemáticas y físicas de esa fuerza gravitatoria, la misma que utilizarían para impulsarse los platos voladores- decía que el gobierno de los Estados Unidos debía poner en marcha un programa especial para estimular el desarrollo de esa poderosa energía. Pocos meses después, el doctor Jessup recibió una extraña carta firmada por Carlos Miguel Allende, de New Kensigton, Pennsylvania, en la cual le decía que la idea de desarrollar esa fuerza levitatoria podría traer nefastas consecuencias para los hombres, como ya había ocurrido en un caso que él conocía.

Ocupado en la redacción de un nuevo libro, pero lo suficientemente atraído por la enigmática carta, el científico le contestó con una breve notita en la cual le pedía a Allende que le mandara más noticias sobre ese caso relacionado con una fuerza gravitatoria. Jessup se olvidó del asunto y se dedicó a difundir sus ideas por medio de conferencias y artículos en la prensa.

El 13 de enero de 1956, justo un año después de publicado ya se había olvidado de aquel corresponsal misterioso- recibió una segunda carta de Allende, que ahora firmaba Carl M. Allen, cuyo sobre tenía ahora matasello de Gainesville, Texas. Esta carta, al igual que la primera (cuyo texto no se conserva porque Jessup no juzgó importante guardarla), estaba redactada en un lenguaje enrevesado y muy peculiar, llena de mayúsculas y párrafos que en un principio resultaban totalmente herméticos. Sin embargo, estaba claro el mensaje total Decía, en síntesis, que en 1943 la marina de los Estados Unidos había estado experimentando con una serie de aparatos derivados de las teorías de Albert Einstein sobre el Campo Unificado para hacer que sus barcos -por medio de una gran fuerza magnética- resultaran invisibles a los radares enemigos, al mismo tiempo que se volvieran inmunes a la acción de las minas magnéticas de los alemanes y de los torpedos de los submarinos enemigos. Es sabido que Einstein interrumpió sus trabajos sobre este asunto por considerar que no era posible llegar a un resultado. Pero Allende dice que sus principios fueron aplicados durante la Segunda Guerra Mundial en un experimento que salió de control y produjo consecuencias no deseadas.

Después de algunos años me fue posible reconstruir todo el episodio. Las cosas, según Allende, ocurrieron de la siguiente manera. El viernes 13 de agosto de 1943, el crucero Eldridge, de la marina de los Estados Unidos, zarpó del puerto de Filadelfia para participar en un experimento secreto. A su bordo llevaba varias toneladas de aparatos eléctricos, con cientos de lámparas y bobinas. El barco había sido botado el 25 de julio de 1943 y medía 92 metros de eslora, con un desplazamiento de 1.240 toneladas y 1.520 a plena carga. Todavía no había entrado en servicio activo cuando poco después, el 13 de agosto de 1943, levó anclas de su amarradero, acompañado por el carguero Furuseth, un veterano de los convoyes al Africa. A bordo de esta última nave iba un grupo de científicos y una tripulación reducida de hombres escogidos, entre los cuales se encontraba el marinero de primera Carlos R. Allende. Este contó de la siguiente manera lo que presenció aquel viernes fatídico desde su puesto de trabajo, situado al lado del puente de mando. TMA unas pocas millas del muelle -relató en una entrevista con el investigador William Moore, uno de los hombres de civil que estaba en la limonera ordenó por la radio al comandante del crucero que encendiera los generadores. Entonces, alrededor del crucero comenzó a fluir con gran tuerza un singular campo de energía, pertectamente Vi5ible, que giraba en torno de la nave en sentido contrario a las agujas del reloj. Vi que el aire que rodeaba al barco se volvía un poco más oscuro que el resto de la atmósfera. A los pocos minutos Vi levantarse del agua una bruma verdosa, similar a una nube muy tenua De pronto, el barco desapareció completamente y nosotros experimentamos una gran sacudida. Varios de nuestros hombres se desmayaron y a muchos comenzó a salirles sangre de la nariz. En pocos segundos el flamante barco de guerra ya no estaba en su sitio, pero en la superficie del mar podía verse claramente la marca de su peso al desplazar el agua. Sencilamente se había hecho invisible y no quedaban rastros ni de él ni de los hombres que iban bordo. Antes de que se esfumara del todo vi que uno o dos marineros que estaban en estribor se desintegraban por completo. Todo comenzó con u desagradable zumbido, que fue aumentando de volumen hasta convertirse en un silbido inaguantable, que culminó e una violenta explosión. En e puente en donde yo estaba reinaba una confusión absoluta las órdenes se sucedían una tras otras. Uno de los civiles, e que parecía estar al mando d todo, gritó por la radio que apagaran los generadores. Cuando miré hacia tierra, vi que dos hombres desaparecían mientras corrían aterrados. Yo no sabía qué hacer, pues en ese momento no comprendía lo que estaba pasando. Habían transcurrido unos pocos minuto cuando aquella bruma verdusca comenzó a dispersarse sin zumbidos ni manifestación alguna que lo anunciase, el crucero comenzó a materializarse de nuevo, desde la popa a proa, como había ocurrido en el instante en que se hizo invisible. Pude observar que lo hombres que estaban en cubierta sufrían fuertes convulsiones; más tarde supe que varios habían desaparecidos y que nunca más se volvió a saber de ellos. Ese instante repercutió negativamente en la mayoría de quienes estuvieron involucrados en ese experimento y muchos perdieron la razón, padecieron alucinaciones o sufrieron horribles dolores y enfermedades. A mí también me afectó. Ese campo eléctrico que se formó en torno de la nave cayó también sobre una parte de nuestro barco. Era como una lámina de electricidad pura. La corriente tenía tanta potencia que casi me hizo perder el equilibrio. Por suerte no quedé con todo el cuerpo dentro de esa corriente, pues de habado hecho me hubiese tirado sobre la cubierta. Sólo alcanzó a tocarme el brazo derecho, y era tan denso ese campo que me dio un gran golpe y todo el costado me quedó dolorido. Aún me pregunto por qué no fui electrocutado por esa lámina de electricidad. Supongo que fue por que yo tenía las botas de goma puestas, como el resto de la tripulación, por orden de los oficiales superiores. Fue un momento horrible, y sólo mucho más tarde me di cuenta de que aquel día la ciencia había dado un gran paso, y que la Marina, temerosa de las consecuencias de un experimento que había salido de control y matado a varias personas, trató de ocultar por todos los medios.

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